Viernes por la noche...
Entro en el local. Tiene nombre musulmán pero en realidad su decoración se acerca más al induísmo. Espadas doradas cuelgan de las paredes, con discos míticos de los Beatles o Bob Marley y alguna que otra maja desnuda. Nada más entrar, y mientras mis ojos se acostumbran a la penumbra, mis oídos entran en acción. Se activa esa especie de maldición o bendición que se transmite sólo de profesor a alumno. De bajista a bajista. Esa capacidad de aislar completamente al bajo pero a cuenta de sacrificar la voz y la guitarra. Sonrío, es un buen bajo. La canción me gusta.
Ya con mis pupilas dilatadas busco a mis amigos. Apenas veo dos. Ya no es lo que era...
Voy a saludarlos y me pido algo. El camarero, con carcasa de arisco pero con corazón... un poco menos arisco me sonríe, hablamos del tiempo que llevamos sin vernos y nos estrechamos la mano, solamente para que fluya el intercambio de dinero.
Ahora sí voy con mis amigos y me siento a su lado, apenas aguantamos cinco minutos de conversaciones superficiales, después no hablamos.
¿Ya no queda nada de lo que hablar? ¿Ya hemos llegado a ésto?...
Hace un poco de frío...
No aguanto más, me voy a saludar a alguien...
Afortunadamente un rato después llegan mi mejor amigo y mi mejor amiga; sonriendo como siempre. Nos abrazamos...
En el local la temperatura sube unos grados, ya no hace frío...
Es difícil romper lazos, aunque sé que es necesario. Cada uno tenemos una vida nueva, nuevos amigos, nuevas aventuras...
Pero si el lazo no se rompe, si por muy lejos que estén dos personas el hilo que los une brilla igual que siempre, entonces eso es un verdadero amigo.
Ya no tengo muchos de ésos, quizás dos o tres. Es triste...
Pero reconforta que dos personas no te van a olvidar nunca.